sábado, 27 de diciembre de 2008

COPAN: LA TIERRA DEL QUETZAL.

COPAN, LA RUTA MAYA.








Por Waldemar Verdugo Fuentes.
(Fragmento de La Zona Maya.

Fragmentos publicados en papel vegetal en "Vogue" y “UnoMásUno”-México.

Entre las ciudades ceremoniales mayas, Copan en Honduras es quizá la más espléndida; porque, si bien, con las otras comparte un rasgo básico de tejido urbano: la plaza mayor, el juego de la pelota, las vastas plataformas y escalinatas, los altares y las estelas conmemorativas... hay cierta diferencia por el refinamiento artístico y virtudes técnicas de edificios y monumentos, así como otros logros culturales y científicos que dejaron escritos aquí los primitivos mayas. Lo magnífico del sitio, cierto orden a la vista es lo que llevó al citado investigador norteamericano Sylvanus G. Morley a nombrarla "Atenas del Nuevo Mundo".
La palabra Copan no tiene una traducción exacta, algunos investigadores la atribuyen venir de Copan-Calel, el líder aborigen que la defendió contra los invasores hispánicos en 1530. En este sentido, la historia de la zona es análoga a la de Tikal: luego de ejercer su influencia política, cultural y religiosa a los cuatro puntos cardinales, un día desaparecen sus habitantes y el esplendor es tragado por la selva. Cuando Cristóbal Colón descubrió en su cuarto viaje (1502) la isla de Guanaja, situada en la costa norte de Honduras, observó en la bitácora que "sus habitantes parecen bastante civilizados". Lo cierto es que formaban parte de la estirpe de gentes que escribieron el "Popol Vuh", uno de los libros más bellos de la antigüedad.
Cuando el expedicionario español García Palacio descubrió Copan en 1567, la encontró desierta. No había ninguna señal de vida y nadie que pudiera dar razón de lo que halló ocurrió. Los pocos nativos que ya vivían en la aldea de las cercanías no podían ayudar porque ignoraban quiénes habían sido los constructores y qué les había sucedido; entonces en su bitácora García Palacio escribe:
"Hice todos los esfuerzos posibles para averiguar entre los indígenas, en sus antiguas tradiciones, qué clase de pueblo había vivido allí, o qué sabían o habían oído acerca de ellos sus antepasados. Dijeron que en tiempos muy antiguos había llegado allí, de Yucatán, un gran señor que había construido esos edificios de Kopan. Pero que al cabo de algunos años se había vuelto a su país natal, llevando con él a casi todo el pueblo y dejando la ciudad completamente abandonada."
Copan fue rescatada del olvido verde en 1836 por la audacia de dos exploradores: el diplomático norteamericano John Stephens y el artista inglés Frederick Catherwood; ambos ayudados por los informes orales acerca de Copán que había reunido el Coronel Juan Galindo, se adentraron en Honduras aventurándose por los difíciles senderos que en la época unían Ciudad de Guatemala con el lugar en que está el sitio arqueológico: en territorio occidente de Honduras, junto a la frontera con el Petén, que cubre todo con pura selva impenetrable sin saber de fronteras.
En nuestro viaje a Copan decidimos hacer esta misma ruta, y pensamos que no sería fácil, pero los tiempos han cambiado y las distancias en Centroamérica son pequeñas. Salimos desde Ciudad de Guatemala por una vía asfaltada que conduce a Vaho Hondo, en el departamento de Chuquimula (unas siete horas de viaje). La tierra aparece salpicada por plantaciones de tabaco y maíz. Se ven trabajadores con construcciones ligeras secando las grandes hojas de tabaco que los semeja envueltos en alas de un dorado casi transparente al sol. De allí, siguiendo un camino de terracería blanca fuimos hasta la frontera con Honduras, localizada a 43 kilómetros. La cruzamos y a corta distancia encontramos las ruinas de Copan, cada vez más limpias de selva y en plena faena de restauración, que no ocultan del lugar la belleza que deslumbra: es un valle de 13 kilómetros de largo por 2,5 de ancho en promedio, todo muy verde y fértil, cruzado por el río Copan que cava su lecho en la colina sobre la cual se levantan las ruinas y corre hacia el norte, hacia Guatemala. Todo el paisaje está rodeado por altas montañas. Vemos aves guacamayas multicolores que esperan, ruidosas, a la entrada de las ruinas, y que luego siempre estarán. Cerca existe el pueblito mismo de Copan, donde nos hemos alojado en casa de familares de Juan Aparicio de Tikal, y lugar donde Stephens y Catherwood encontraron a Don Gregorio, el cacique que luego de reticencias y silencios empedernidos, les facilitó el guía y las mulas para llegar a las ruinas mismas de Copan. Nosotros no tuvimos dificultad en salvar esta etapa del camino, pero los descubridores debieron enfrentar el río desbordado por las intensas lluvias de la víspera y la alta y tupida vegetación que cubría el terreno. A golpe de machete se abrieron paso hasta la base de una gran muralla de piedra, junto a la cual estaba una roca tallada, con un hombre ricamente ataviado representado en la parte delantera y un bajorrelieve de complejo diseño en la parte trasera. El descubrimiento de esta piedra tallada fue el primero de una serie que les permitió comprobar que los árboles, plantas, lianas, flores y brotes verdes ocultaban los vestigios de una gran ciudad.
Los adelantados Stephens y Catherwood comenzaron a despejar de inmediato, pero los trabajos de rescate fueron detenidos por frecuentes disputas entre los recién llegados y los habitantes del pueblo. Entonces, los adelantados concibieron la idea de resolver las diferencias comprando los títulos de las ruinas a su propietario, uno de los habitantes del lugar, quien, enterado de la propuesta, el hombre aceptó y vendió sus derechos por la suma de ¡cincuenta dólares!. La transacción no evitó, empero, la suspensión de las labores exploratorias, que sólo se reanudaron en 1881, con la llegada de Alfred P. Maudslay, quien logró el apoyo inicial necesario para comenzar en forma especializada los trabajos de limpieza e investigación. Entre otras cosas, a él se debe la nomenclatura de los monumentos y esculturas que todavía se utiliza, como también las ilustraciones y reproducciones de yeso de las estelas y esculturas que actualmente se encuentran en el Museo Británico, Londres.
Conocemos a la arqueóloga guatemalteca Brunilda Sánchez, que colabora con la UNESCO en uno de los programas de restauración suscritos en la zona Maya. Le pedimos que nos enuncie algo de la memoria inmediata de los exploradores que han trabajado en la zona; nos dice: -A comienzos del siglo XX, investigadores de la Universidad de Harvard realizaron varias jornadas de trabajos de exploración aquí, descubriendo la Escalinata Jeroglífica Principal y un gran número de esculturas que fueron repartidas por partes iguales entre el Museo Peabody, que depende de Harvard, y el gobierno de Honduras; desgraciadamente, la mayor parte del material rescatado que recibió este último desapareció, víctima de los ladrones de piezas prehispánicas. En 1910, Sylvanus G. Morley, que era estudiante de la Escuela Americana de Arqueólogos, visitó Copán, iniciando con las ruinas mayas en general una relación de estudio que habría de durar casi una vida. El propósito inicial de Morley era realizar una investigación inclinada a publicar un libro sobre el tema de las inscripciones en la cultura Maya. Pero al descubrir que casi la mitad de estas inscripciones se encontraban precisamente en Copán, estuvo mucho tiempo trabajando aquí. El resultado es su obra "Las inscripciones de Copán", en que describe detalladamente cada una de las inscripciones que encontró en este centro ceremonial, suministrando, además, antecedentes y conclusiones, en su mayor parte acertadas. Las edificaciones principales pueden agruparse en dos grandes bloques. En el primero sobresale la Gran Plaza, en el segundo, la Acrópolis. Esta última, localizada al sur de la plaza, reúne la mayoría de los templos y palacios, y se divide a su vez en Acrópolis oriental y occidental, rescatadas recientemente."
El hogar que nos cobija está formado por el patriarca Leoncio Alvarez Aparicio, su mujer y cinco hijos, hombres y muejres jóvenes, quienes algunos casados con sus parejas ayudan en la empresa familiar en que han convertido su propiedad, que cuenta entre otras cosas además del albergue a un negocio de artesanías, pulpería y almacén, nada ocurre en Copan antiguo sin que se enteren “los Leoncios” dicen, en honor al patriarca, que es un hombre de unos setenta años, ágil como el que más “y Maya porque uno viene a la Tierra como viene nomás pues”. Ellos me servirán de guía y me iré enterando que las nueve estelas o piedras con conocimiento principales, cuajadas de escritura petroglífica, están en el atrio principal de la pirámide con escalones en sus cuatro lados ubicada al sur de la Gran Plaza, de forma cuadrangular, y que tiene en tres de sus lados graderías destinadas, según se cree, al pueblo que venía a presenciar las ceremonias y actividades religiosas. Cada una de las estelas tiene más de tres metros de altura, con características propias en su diseño aunque siempre único el sistema de escritura; se cree que estas piedras escritas indican que los sucesos que narran pertenecen a cada uno de los sacerdotes o reyes representados en cada una, quienes posiblemente gobernaron en época diferentes. Sobresalen, quizás del resto de los legados pétreos de la antigüedad, por la riqueza de su ornamento y delicadeza en el tallado, en que la piedra fue trabajada con precisión y maestría.
Por los Leoncios, en la Gran Plaza soy presentado a un anciano lugareño, don Santiago Gonzaga (y hace hincapié en que su apellido no lo confunda con González, como le suele ocurrir), que es otro ilustre descendiente Maya; el hombre sabio, como suelen ser los campesinos de nuestra América, nos cuenta que colaboró, como sus vecinos, toda su vida en los trabajos de restauración de Copan, viviendo él y sus hermanos como lo hicieron sus mayores, desde siempre en el pueblo. Nos dice:
-Antes de despejar la Gran Plaza, era utilizada como campo de cultivo y los arados rotulaban continuamente la tierra, destrozando las estelas y los altares ocultos en su seno. Nos costó mucho suspender esa práctica porque significaba parte de nuestro sustento, pero hicimos grandes sacrificios y levantamos los sembradíos y se inició la recuperación de los tesoros contenidos en esta parte de la ciudad. Ahora, se nos hace incomprensible que sea transitada por visitantes de todo el mundo, cuya entrada va a las arcas oficiales y nuestro pueblo no reciba un solo peso. Porque aquí comenzamos a limpiar las gentes del pueblo, los afuerinos comenzaron a llegar cuando vieron que era un lugar del cual podían sacar algo.”
Nos dice el patriarca Leoncio Alvarez: “Cuando nosotros éramos jóvenes y comenzamos a preocuparnos de rescatarlas, el trabajo escultural era imposible de apreciar, todas las estelas se encontraban caídas, bajo tierra o en declive y siempre localizadas sobre bóvedas en forma de cruz, en las que se hallaron ofrendas consistentes en vasijas de barro y cuentas de jade. Las estelas están talladas por los cuatro lados y las figuras que representan tienen rasgos comunes: sandalias, alto y hermoso tocado y un cetro sostenidos con ambas manos sobre el pecho, como símbolo de autoridad. En la época clásica Maya, las estelas se levantaron para celebrar acontecimientos específicos ya ocurridos. Con el transcurso del tiempo esta costumbre varió radicalmente, y las estelas se inauguraban el día del evento. Tal modificación la explica la concepción del tiempo entre los sacerdotes y astrónomos mayas, para quienes el futuro era en gran medida previsible y capaz de responder a quienes sabían interrogarlo por los hechos y los acontecimientos venideros; contando con los resultados de su escrutinios al porvenir, planificaban cuidadosamente sus actividades, ritos y festejos. Como toda la ciudad, en un momento se dejaron de tallar junto con el abandono de Copan mismo por sus habitantes, aunque nuestros mayores hasta nosotros ahora, nunca dejamos de habitar alrededor, pero el corazón mismo de la ciudad fue abandonado y tragado por la selva, hasta que se ha decidido su rescate, primero por nosotros mismos y luego con la ayuda científica y del gobierno, pero necesitamos muchos medios para proteger Copan”.
Nos dice la arqueóloga Brunilda Sanchez: “Está escrito que el rescate de Copan lo inició su pueblo, los vecinos cercanos al sitio arqueológico mismo, donde han vivido desde hace cientos de años, quienes en bien de la zona han debido cambiar sus costumbres y trasladar sus lugares de cultivo, por ejemplo, guiados por líderes como los Leoncios Aparicio y Santiago Gonzaga, que han permitido rescatar algo de la historia del lugar. Científicamente, por los estudios con carbono catorce, sabemos que la última estela fue erigida en un año que los arqueólogos consideran que fue el 534 de nuestra Era. La medición del tiempo se detuvo, por así decirlo, y el rito de marcarlo en estelas fue abandonado."
Vemos en los altares asociados con las estelas tallados de serpientes, tortugas y combinaciones de ambas y otras zoomorfas, unión de jaguares, sapos y reptiles, que según don Santiago, "simbolizan la comunión y la armonía existentes entre el hombre y la naturaleza". El mismo estuvo en las excavaciones de la estructura del Juego de la Pelota, que debieron realizar en medio de graves dificultades "porque el lugar estaba completamente invadido por raíces de grandes árboles que penetraban toda la construcción". Nos dice:
-El sentido del juego de la pelota aún no ha sido desentrañado plenamente, pero puedo informarte todo lo que se conoce. El juego tenía un carácter religioso y de alguna manera escenifica una imagen mítica del mundo y de las luchas entre dioses cuyos actores eran los hombres. En el curso de un juego, los participantes debían mantener continuamente en el aire una pelota maciza de hule, de tres kilogramos de peso, golpeándola con el codo, la rodilla o la cadera. El Juego de la Pelota que tu puedes ver aquí en Copán corresponde a la fase arquitectónica final del último asentamiento humano, hacia el año 775; hemos encontrado además restos de otros dos Juegos, construidos con anterioridad en fechas separadas entre sí por 250 años en cada caso. Esta, rodeada por banquetas inclinadas, en cuya parte superior puedes ver pequeños adoratorios y seis hermosas cabezas de guacamayas (aves sagradas mayas) en piedra; mide la cancha 28.45 metros de largo por 7 de ancho. Puedes ver en todas partes vestigios de pintura blanca, lo que hace pensar que un día la Gran Plaza estuvo cubierta de estuco blanco, mientras que las estelas y los marcadores del juego de la pelota estaban pintados de rojo, el color de la sangre, la esencia de la vida para los mayas."
En la salida ubicada al sur del Juego de la pelota encontramos la Escalinata Jeroglífica; que debe su nombre a la escritura Maya labrada que la cubre completamente, formando el texto antiguo más largo que se sepa: tiene 10 metros de ancho y 30 de largo, situada en la acrópolis occidental, consta de 63 escalones esculpidos con 2500 glifos. Cuando asciendo, en ese momento una gran rana verde cruza por la escalera y salta hasta una de las gigantescas figuras, buscando una cavidad fresca donde poder dormir. Nos dice la arqueóloga Sánchez:
-Cuando fue descubierta, únicamente las diez primeras gradas de la Escalinata estaban en posición original, el resto se encontraba desplomado en el patio, mezclado con más de 8000 toneladas de piedras y esculturas tapadas por una capa de vegetación selvática. Era un verdadero rompecabezas y el arqueólogo americano S.G. Morley, luego de muchos años de investigación logró ubicar cada jeroglífico en el lugar que se supone les correspondía en el conjunto. Se ha especulado mucho sobre el significado de esta escalera escrita, el trabajo de desciframiento permite asegurar que en su elaborado texto jeroglífico (pleno de símbolos, fechas, monos, aves, jaguares y hombres) está contenida historia y mitos de Copan precolombino."
Todo pueblo de casta Maya tenía puesta su vista en Copan en busca de nuevos y más profundos conocimientos. La astronomía se desarrolló aquí como no lo hizo nunca antes el hombre, y semejante a otras zonas del mundo más culto de su época. Con tanta seguridad leían el cielo los astrólogos de Copan, que cuando los otros sacerdotes astrónomos de puntos lejanos descubrían en sus observaciones algo que los dejaba perplejos, acudían a Copan en búsqueda de la solución. Apoyado en la traducción de algunos jeroglíficos, Morley anota que aquí se celebró el primer congreso astronómico conocido por documento escrito en la piedra. Es cierto que aquí todo parece tender al cielo.
La Escalinata Jeroglífica forma el costado occidental de una gigantesca plataforma escalonada sobre la que se alza un pequeño templo (el número 26 del catálogo-guía oficial del sitio), es uno de los logros más notables del arte que brotó en Copan, así como el lugar privilegiado para la realización de tareas de desciframiento del sistema de escritura Maya.
En la esquina sur de la Escalinata está la parte de atrás del Templo Astronómico (el número 11 del catálogo), erigido para anotar importantes descubrimientos astronómicos realizados en la ciudad y relacionados con diversos aspectos del cielo del día y la noche, frecuencia de eclipses, medición del año solar... los escalones de acceso están parcialmente destruidos y dos enormes ceibas, de unos 30 metros de altura, obstruyen el paso.
En la parte inferior del edificio y abierta sobre el patio occidental de la Acrópolis se encuentra la llamada Tribuna de los Espectadores, adornada con tres esculturas monumentales, entre las que destaca la representación del dios IK: el rostro de esta divinidad transmite una fuerza enorme; en la mano izquierda tiene un pilar, sostén a su vez de la esfera marcada con un símbolo idéntico a la letra T. El anciano Gonzaga nos explicó que "en la mitología Maya, IK es uno de los dioses encargados de sostener el Universo. La escultura incluye asimismo un collar de semillas de cacao, imagen de la fertilidad de las cosechas; de su boca sale una serpiente formidable y sobre ella dos grandes caracoles tallados prestan su imagen al dios de los vientos."
Los otros lados de la Acrópolis occidental están formados por varias estelas y altares de tallado exquisito; se dice que el más bello puede ser el identificado con la letra Q, construido para conmemorar la fecha del descubrimiento en Copan del año solar de 365 días; la cara superior muestra seis columnas talladas con jeroglíficos; las caras inferiores presentan cuatro figuras humanas sentadas a la manera oriental sobre cojines y luciendo en la cabeza complicados turbantes.
La Acrópolis Oriental se halla organizada alrededor de un patio que mide 42 metros de largo por 33 de ancho. El templo identificado en la guía con el número 16 separa las Acrópolis. La Escalinata de los Jaguares, una joya arquitectónica de esta sección, se encuentra en el costado oeste del patio, y debe su nombre a dos jaguares de piedra situados a cada uno de sus lados, con enormes cavidades en sus lomos que representan las manchas del felino y originalmente ocupadas por discos de obsidiana. En la parte superior de la escalinata empotrada en un bloque de mampostería, una cabeza de piedra simboliza al planeta Venus; tiene fauces de serpiente incorporadas al rostro, similares a otras deidades que se han encontrado en los restantes centros mayas; aquí, unas esferas que acompañan a la cabeza representan a seis de los planetas conocidos por los astrónomos de Copan.
El templo de la meditación (el número 22 del catálogo) está al norte del patio, donde se ve deslumbrante con el elaborado diseño de las esculturas y bajorrelieves que lo cubren entero. En la parte superior de la escalera que conduce al santuario del templo se observa la mandíbula de una serpiente enmarcada por dos enormes colmillos en espiral; la entrada del templo tiene una hermosa escultura que representa la vida humana: dos grandes calaveras sostienen figuras humanas. Cada una de ellas a su vez levanta en el extremo de sus brazos la quijada de un dragón de dos cabezas, alegoría del cielo. Varios cuerpos zoomorfos forman los cuerpos de los dioses convocados.
Nos quedamos allí fumando, alguien encendió incienso de copal del lugar, y estuvimos observando como flotaba el humo blanco diamantino en el aire inmóvil. Tan embriagadores eran el silencio y la profunda belleza del sitio, que si en esos instantes un sacerdote Maya hubiese atravesado con sus ricas vestimentas adornadas con jades y su alto tocado de plumas del quetzal, creo que nos hubiera parecido algo natural, así como se aceptan en los sueños las situaciones. Nos ofrecen de beber la miel dorada de la ceiba, un licor natural, que embriaga con su sabor unido al paladear faisanes del monte que alguien trae asados, envueltos en hojas de cacao olorosas.
Nos dice el patriarca Santiago Gonzaga que este rincón junto a una estructura limpia donde comemos, en la zona oriental de la Acrópolis, fue destruida casi en su totalidad por el río, "que arrastró gran parte de esta construcción produciendo un corte en el terreno que se ha nombrado como la sección arqueológica transversal más grandiosa del mundo. Desde arriba puede verse una muralla de piedra de 30 metros de altura y desechos acumulados encima con restos arqueológicos que pesan más de dos millones de toneladas."
Sorprende la grandiosidad de cada sitio en Copán, si pensamos que fue construida hace cientos de años sin el auxilio de las bestias de carga y sin la rueda o los metales. Hoy, los habitantes del pequeño poblado junto a las ruinas son en su mayoría mestizos, descendientes de españoles y mayas. Hay una población flotante compuesta por presidiarios que cumplen su pena reparando y extendiendo los caminos blancos como tirabuzón o concha de caracol, que salen de Copán a Tegucigalpa; hombres que se ven en el camino trabajando silenciosamente y con un ritmo sostenido, apenas custodiados. La gran calma, quietud y cordialidad de sus pobladores, hace entender un poco la magnificencia de los constructores de estos templos de maravillas, que tuvieron que ser como las gentes de hoy en la zona; silenciosos como son los sabios. Guiado en el camino por el patriarca Santiago, le hago saber que llama en él la atención de su actitud siempre amable, cordial y dispuesto. Dice:
"-Nuestro pueblo considera que todos los hombres podemos ser mejores con una actitud pacífica. Los mayas somos un pueblo pacífico. En los grabados, monumentos, en la pintura y escultura de Copán los motivos guerreros son raros. Esta es una saludable altura de seiscientos cincuenta metros, agua y terreno fértil para el trigo. Con los volcanes cercanos, que donde hay volcán hay obsidiana para la fabricación de herramientas para el tallado, los cuchillos; del volcán también es el basalto ordinario en que se construye el mortero para moler el maíz; y también nos proporciona la andesita, tufa volcánica suficientemente suave como para que se la pudiera tallar con herramientas de piedra y, sin embargo, lo bastante dura como para soportar la acción del aire durante muchos siglos."
Al llegar la noche, junto con ofrecernos el rico atole y los tamales y las tortillas con lechuga y queso fresco, más no quisimos para despedir el día. Muy temprano, guiados por los Alvarez Aparicio, fuimos conducidos por dos de ellos, al amanecer de uno de esos días centroamericanos únicos, sin descripción posible por su belleza; henchidas y onduladas nubes blancas atraviesan el cielo de color turquesa, con aves de colores únicos y entre ellas el quetzal verde cruzando sin cesar, o posadas en ramas a la orilla del camino, observando tranquilas. Se ven hermosos papagayos y mariposas de gran tamaño. Cerca de un pequeño puente de piedra veo mujeres recogiendo agua en grandes ollas de greda que transportan luego poniéndoselas sobre la cabeza. Otro grupo lava prendas de ropa en las aguas limpias y tan rápidas que no permiten ni siquiera la navegación en canoas. Más de mil años habían transcurrido desde que sus antecesores levantaron la ciudad magnífica de Copan y, no obstante, su forma de vida no debía diferir mucho ahora entrando al siglo XXI de la que se usaba siglos atrás. Con ellos fuimos y vinimos entre los restos arqueológicos que son posibles de visitar con unos guías excepcionales. En una hacienda del camino comemos y probamos la exquisita sopa de caracol, probamos los tamalitos de maíz con carne de res, pescado y ave, envueltos en hojas de maíz, y probamos las ricas tortillas recién horneadas y la sed nos obligó a beber mucha horchata heladita, jugo de caña de azúcar y el rico vino de Coyol que más no quiere uno para inspirarse y seguir el camino viendo la hermosa Copan.
Junto a un descanso en el camino, a las puertas de sus terrenos sembrados de árboles de fruta y cubiertos de hierbas medicinales, nos estaba esperando al atardecer don Jesús María Alvarez, patriarca de una casta de protectores del maravilloso quetzal en la zona; su casa misma es una especie de hospital para tratar a quetzales heridos o polluelos que han quedado sin padres por la caza indiscriminada del ave símbolo del mundo Maya. Alto y fuerte, nos dio la bienvenida con cortesía y nos condujo a unas habitaciones interiores, con hamacas y catres de campaña, dispuestas para recibir huéspedes. Nos indicó dónde podíamos bañarnos y nos invitó a cenar a su mesa. Al otro día, al amanecer, salimos con don Jesús María, tres de sus hijos y los Alvarez Aparicio en búsqueda del quetzal, una experiencia digna de comentar.
Al salir muy temprano de la casa, en las puertas mismas descubrimos que se levanta una enorme roca tallada, hermosa, en su frente con figuras alegóricas en bajorrelieves, que -dicen- representan una conferencia entre jefes mayas, con extraños tocados en que siempre sobresale el quetzal, y hombres que tenían la cabeza cubierta con máscaras de animales fantásticos. En los demás costados de la roca hay tallados con filas de jeroglíficos, sin traducir. Nos dice que durante un tiempo parte de su casa la ocupó la Municipalidad cuando no había nada, y para marcar el sitio ubicaron allí la escultura originalmente desenterrada desde el patio interior de su misma casa. En verdad, la considerable serie de escritura maya tallada encontrada en Copan, en sus monumentos y en las fachadas de sus edificios, en sus estelas y también pintada en sus obras de alfarería, no ha sido descifrada ni en un treinta por ciento. Y de lo que se conoce sólo es información astrológica, de sus dioses, cantos ceremoniales o funerarios, pero nunca hablan de ellos mismos, nada dicen acerca del pueblo, sólo que se simbolizaban en el quetzal todos por igual, nada más se sabe: a una reserva de quetzales somos invitados.

EL QUETZAL Y LAS HORMIGAS CIEGAS.

Caminando a zancadas por la hierba cubierta por el rocío, entre árboles milenarios y plantas de hojas de tamaños inverosímiles, una vez que dejamos atrás los hitos de piedra que marcan el camino blanco en sus límites, en pocos minutos llegamos al pie de la montaña en la cual está situada la zona central del sitio arqueológico. Rodeando sus límites, trepamos una derruida escalera petroglífica y llegamos a un sendero atrás de la ciudad que parece brotar desde el corazón del cerro y en un instante se adentra a la selva impenetrable, sin caminos delimitados.
Esta es la tierra del quetzal, toda ella tiene un color verde en cada uno de sus tonos. En el pasado de los pueblos antiguos de esta parte de América, cuando los hombres creaban a los dioses a imagen y semejanza de sus sueños, el brillante e inmutable verde del quetzal se convirtió en un símbolo creador, para honrar al mundo vegetal primordial. Hablando el camino, mientras los tres muchachos quitan de aquí o allá algún obstáculo, nos dice don Jesús:
-Quetzal es palabra maya que significa "verde precioso". Encarna la primavera, la fecundidad de la creación. Pronto asociaron el pájaro con la serpiente, aunque sería imposible decir cuándo tuvo lugar ese hecho; la serpiente constituía casi un símbolo de la primitiva deidad creadora, era la natural escritura cifrada de la inescrutable muerte. El símbolo de la nueva vida (quetzal) y de la antigua muerte (serpiente) combinadas en una sola figura era equivalente a la divinidad que representó el dios Quetzalcóatl en nuestros pueblos, que se una semejanza en el tallado del dragón usual en la escritura Maya, quien sería el que habría enseñado a los hombres la sabiduría y las artes prácticas, la escritura y la astronomía, el grabado en piedra, la gimnasia, el calendario... concentraba en sí todas las cosas para ofrecérselas a todos los hombres. Quetzalcóatl comenzó por ser un maravilloso pájaro verde para gradualmente ir convirtiéndose en un ser antropomórfico, como todos los dioses. En una zona donde coexistían más de treinta lenguas y donde se producían innumerables choques culturales (encuentros de tribus salvajes con pueblos civilizados) fue casi natural que Quetzalcóatl fuera un ser especial, como símbolo unificador de muchas diferencias, en que cada nación lo adoraba según la propia imagen que de él se había forjado. Es el dios más antiguo de América y su símbolo es esta ave que intentaremos visitar..."
En ese instante un solo grito de los tres muchachos al unísono nos advierte:
"¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡Miren las hormigas!"
Uno de los Alvarez Aparicio había pisado por casualidad una columna de un ejército de las terribles hormigas guerreras, de veinticinco milímetros de largo, que se desplazan en compactas masas de miles. Son negras y rapaces, tienen largas mandíbulas en forma de hoz; estaban ocupadas en tomar por asalto a los insectos de los alrededores y transportan todo ser viviente con que pueden cargar. Arrastran multitud de insectos; las hormigas más pequeñas se aferran a la presa, mordiéndoles sus alas y arrancándole pedazos, viajando cómodamente mientras las más grandes las transportan. Veo caer un saltamontes en medio de la columna en movimiento; un grupo de hormigas lo cogió por las patas, pero la víctima pudo aún dar otro salto antes de aterrizar, para su mala fortuna, en otra columna del ejército; en un abrir y cerrar de ojos el saltamontes fue seccionado ante nuestra vista, y lo siguieron transportando entre fragmentos; todo en una fracción de tiempo. Me dicen que estas hormigas no tienen nidos permanentes, se van desplazando constantemente y devorando todo a su paso, a sus crías en sus diversas edades las llevan siempre con ellas. Las hormigas soldados tienen dos veces el tamaño de las hormigas obreras, y si uno llega a tocar el suelo por el que cruzan o a pisar una columna -como hizo uno de los muchachos- los soldados se abalanzan para atacar. Dice don Jesús María:
-Sin embargo estas hormigas, las ecitones, son absolutamente ciegas. Como vez, algunas tienen incipientes ojos simples en lo alto de la cabeza, pero son sólo capaces de distinguir la luz; el resto es enteramente ciego. Tienen un extraordinario olfato, que les permite conservar una rigurosa alineación en el sendero; despiden un olor característico que sus compañeras perciben por medio de las antenas. La ceguera las mantiene unidas, impide que se dispersen en excursiones individuales que podría debilitar las columnas y atenuar la ferocidad aniquiladora que ponen en la guerra en que viven. Por supuesto, nadie puede decir si estas hormigas son rapaces porque son ciegas o ciegas porque son rapaces...
"-¿Vamos a visitar a los quetzales, señor?", dice uno de los hijos. Y don Jesús, incorporándose de un salto, nos invita a seguir luego de ayudarnos a observar estas hormigas únicas. Nos envuelve la lozanía de la vegetación; el suelo está cubierto por elegantes heliconeas, fuertes y flexibles melastomas y abundantes begonias que miran hacia abajo. Arboles gigantes descuelgan desde el cielo flores que caen en racimos desde todos los tonos del verde. Caminamos algo más de una hora, sin dejar de recibir indicaciones hasta cuando don Jesús, deteniéndonos, anunció:
"-Los quetzales hacen nido en los árboles muertos. Generalmente ocupan uno abandonado por el picamaderos o pájaro loco que aquí abunda." Y exclamó: "¡Mira, el nido del quetzal!", indicándonos cavidades en otros grandes árboles podridos, pero cubiertos de vegetación circundante, cuevas ubicadas a una altura que varía de seis a nueve metros del suelo, donde vimos las inconfundibles dos plumas verdes que forman la cola del ave como brotando de los árboles. "Los quetzales no se meten en su nido para no dañar su cola", dijo, y entonces llevándose una cerbatana a la boca, disparó hacia las ramas que naturalmente simulaban las entradas. Se produjo un leve revoloteo que creció. Un segundo más tarde admiramos el majestuoso espectáculo del quetzal en la plenitud de su desarrollo, hendiendo el aire en severo y ondulante vuelo. No es más grande que una paloma, pero las dos magníficas plumas de la cola del macho, de unos noventa centímetros de largo, flotando tras de ellos, es todo un espectáculo. Vuelan agitándose y enredándose milagrosamente entre ellos, a poco más de la altitud en que acostumbran vivir. La entrada al nido tiene un diámetro de poco más de diez centímetros. La hembra es menos espectacular, no tiene la larga cola doble del macho; las plumas de su pecho, en lugar de ser rojo sangre como la del macho, es de tonos grises y verdes claros; no obstante, considerada aisladamente, es un ave notablemente hermosa, con su vestimenta en que se mezclan los grises, verdes y carmines. Unos y otros, de repente se desaparecen mimetizados con el verde de la selva, y uno quisiera ver mejor o cree alucinar. Pero se comprende de inmediato por qué lo habían deificado. Se entiende la eyaculación ornitológica de Gould luego de ver el espectáculo cuando escribe: "Es poco menos que imposible que la imaginación conciba algo más rico y suntuoso que el plumaje de este pájaro espléndido que se hace un ser vegetal, o más elegante y gracioso que las dos flotantes plumas que penden de la parte inferior de su lomo formando una larga estela de brillo metálico." A esta hora del medio día, cuando escribo lo que veo, rayos de sol entran a raudales y dos plumas majestuosas revolotean a nuestro alrededor como láminas de oro viejo con vida propia.
Muchos quedaron posados en ramas de árboles secos, que fueron en alguna medida como el cumplimiento de un ciclo. Algunos muy erguidos, hinchan el pecho y rompen a cantar; aunque su voz no es musical, tampoco es desagradable su cacofónico y monótono cuk-cuk-cuk... al iniciarse, el canto es bajo y vibrante, pero a medida que va ganando volumen comienza a sonar como si no fuera el canto de un solo pájaro, y cuando alcanza la máxima intensidad, las notas se suceden rápidamente, una tras otra; a cada nota la larga cola oscila como el manubrio de una bomba. Los machos quetzales se ven infatuados con su propio canto y dirigiendo estocadas hacia acá o allá con sus espectaculares colas, un instante moviendo la cabeza de un lado a otro con aire inquisitivo, pero luego muy calmados observando sin ningún temor aparente, bajando a las ramas cercanas. Parecen carecer de miedo instintivo. Si osamos acercarnos, se posa en una rama más alta para seguir observándonos desde su altura, pero no huye. Nos habían dicho que lleváramos aguacate (palta), y en ese instante, los hijos de don Jesús, simplemente despedazando la fruta fueron ubicándola en sitios a cierta altura. Este es evidentemente el fruto favorito del quetzal, y antes de que transcurriera mucho tiempo pudimos regocijarnos con la visión de los machos que, rápidamente, al vuelo, cogían el alimento, al que llegaban descendiendo con sus alas desplegadas, para apoderarse de un poco de comida en el planeo. Toman el aguacate de la misma forma como cazan insectos en el aire, sin posarse en ningún momento en una rama para reposar. Revolotean en torno al lugar en que se dejó el presente, dan un par de rápidos picotazos, y luego echando la cabeza hacia atrás para engullir a toda velocidad.
Cuando el macho distingue a la hembra, su canto adquiere una tonalidad más ronca; después se echa a volar para exhibir su fantástico plumaje; vuela en picadas y describe espirales, pero la dama no está impresionada. Sigue posada en su rama y mirando hacia otra parte o contemplando el espectáculo de visitantes con indiferente amabilidad. El galán parece advertir la frialdad de la dama y se desconcierta; vuelve a su sitial con la cresta caída y se posa allí, echando miradas furtivas hacia donde está la hembra. De pronto, en un instante resuelto, arremete dirigiéndose hacia ella dispuesto a doblegarla. Entonces la hembra quetzal, ya sin recato y con evidente temor, lanza un cloqueo de alarma y huye a través del follaje; ya no vuelven. Todos se ven en perfecto estado de salud. Si uno se acerca para aumentar la cantidad de aguacate, algunas hembras mientras comen en la cercanía donde han llevado un poco de alimento, nos contempla con afectada dignidad y no hace ningún movimiento para echarse a volar. Don Jesús les da alimento con su manos, donde lo toman posándose en sus dedos. Luego de unas horas, finalmente convencí a una hembra quetzal que me permitiera acercarme a ella y rascarle la cabeza. Le di alimento y lo tragó ávidamente; luego, posada en mi dedo, me picó delicadamente y voló con suma dignidad y ausencia de temor. Este hecho que anotamos contrasta con el mito extendido de su resistencia a cualquier clase de sometimiento al hombre. Es que resulta imposible imaginarlos fuera de su hábitat natural, por lo que fue muy acertada la decisión de ser declarados Ave en extinción y Patrimonio de la Humanidad, con prohibición de comercializarlas. Al llegar la tarde, cuando retornamos varios quetzales machos nos acompañaron en el camino, espléndidos, posándose en ramas cercanas más adelantados que nosotros, para lanzarse a los aires cuando pasábamos. Este espectáculo resultó tan emocionante como la visión del color verde en el hogar de la selva. Chapoteando en el barro, detrás de don Jesús María, a quien la hora le hacía acelerar el paso, apenas me di cuenta de que emprendíamos el camino de regreso. Simplemente lo seguimos por el sendero de regreso.
Cuando me despido de la zona Maya de Copan, recuerdo, con orgullo latino, otro significado de este sitio en la historia nuestra. Copan, la tierra del quetzal no sólo fue una de las ciudades más cultas del mundo de su época, sino también la primera de nuestras ciudades antiguas que excitó la imaginación del mundo moderno. Antes de la visita a Copan que hicieron Stephens y Catherwood, la mayor parte de los historiadores de la época eran de la opinión de que no había en América restos de una arquitectura precolombina que tuvieran valor artístico, y muchos menos que existiera la escritura. Como lo dice Stephens en su notable libro "Incidentes de Viaje por Centroamérica", en 1840, el público internacional hasta entonces había aceptado la opinión del doctor Robertson, historiador del siglo XVIII, que escribió:
"En toda la extensión de ese vasto imperio de América no hay ni un solo monumento ni vestigio arquitectónico de una época anterior a la Conquista."

© Waldemar Verdugo Fuentes
FUENTE: ARTES E HISTORIA-MEXICO.
PAISAJE DE MÉXICO